En 1977 las cosas empezaban a morir, poco a poco. Los hippies se habían vuelto los nuevos burgueses, el punk empezaba a convertirse en mainstream, los Beatles eran solo un recuerdo y las utopías con las que comenzó el siglo 20 ya se sabía que no iban a cambiar el mundo. En algún momento de ese año se estrenó Star Wars, lo cual sin duda significaba que el nuevo Hollywood ya no existía, y en medio de todo esto nací yo. Justo una semana antes Bowie había lanzado Heroes, y por suerte para él todavía seguía viviendo en Berlín. No sé si esto significa algo, pero me gusta pensar que no es solo una coincidencia.
De los primeros años no hay mucho que contar, salvo quizá que fui feliz, probablemente muy feliz. Después empezaron los problemas, claro que si no hay problemas, ¿qué sentido tienen la vida en la tierra? Estudié ingeniería de telecomunicaciones, me hice profesor de yoga y durante más de una década fui programador freelance, principalmente para poder viajar y pasar largas estancias en lugares remotos. Viví en Alemania, India, Italia e Inglaterra, siempre con el ordenador a cuestas y un buen puñado de libros de lo más heterogéneo, desde la ciencia ficción más arcaica hasta clásicos y vanguardistas de postureo. Herman Hesse, Dan Simmons, Tolstoi, Vargas Llosa y García Márquez, Murakami o Ray Loriga son algunos de mis ídolos, junto con Sirius Black, Dylan Dog, Franz Ferdinand y Super López.
En algún momento me di cuenta que lo que realmente me motivaba no era solo lo de inventar historias, cosa que llevo haciendo desde que mi memoria recuerda, sino plasmarlas en un papel, es decir, escribirlas. De todas formas, aún me quedaban muchos años de devaneos e idas y venidas. Me hice masajista Ayurveda, estudié meditación zen, pasé por el Circo del sol y por publicaciones de lo más variadas. He sido colaborador (o todavía colaboro) en Yorokobu, Telegráfica, Susy Q, ABC o Ahora Yoga, escribí (y aún escribo) sobre música y danza, fui (y sigo siendo) fotógrafo a ratos, pero lo que más me entusiasma es escribir, por necesidad, vocación y convicción.
No creo en estilos ni en géneros, sino en la dictadura de la historia que se está contando. Para mí, la imaginación, la novela negra, la fantasía y la ciencia ficción no son un fin en sí mismos, sino vehículos llenos de energía que sirven para transmitir emociones, contar historias vivas y vibrantes, hacer que personajes de carne y hueso tengan su propia vida y, sobre todo, para que un lector pase un buen rato y no tenga ganas de seguir leyendo.