Dos relatos de terror (y cómo los hice)

Seguro que te gustan las historias de miedo. La intriga, el suspense, los sucesos paranormales. Las series de fenómenos ocultos, los relatos de terror, las pelis y las novelas de vampiros, demonios y seres malvados… Mirar en ese espacio oculto de lo que no sabemos si es verdad o si es falso es algo común a todas las culturas, tiempos y edades de los seres humanos. Los misterios y lo paranormal ejercen sobre nosotros una fascinación ancestral.

Puede que te encante pasarlo mal de verdad, o puede que al primer chirrido de una puerta abriéndose apagues la tele o tires la novela por la ventana, aunque no dejes de repetirte que ese ruidito que acabas de escuchar detrás de la pared no es un fantasma sino el vecino subiendo por las escaleras. Seas como seas, te invito a que leas dos relatos breves. Pero antes, déjame que te cuente una historia.

(si quieres, puedes ir directamente a los relatos)

Una historia de Halloween

Era la noche de Halloween. Tenía en brazos a mi hija, que por entonces no tendría más de dos años. Estábamos regresando de una fiesta infantil, en la que había decenas de niños disfrazados. Ella venía muy contenta, aunque es verdad que algunos de esos disfraces le habían dado un poco de susto. Volvíamos a casa, y como todos los días, por el camino teníamos que pasar delante un bar. Pues resultó que, por ser Halloween, habían colocado un esqueleto soberbio, de tamaño natural, justo en la esquina por la que debíamos pasar.

Mientras nos acercábamos mi hija se pegaba a mi cuerpo. Giraba la cabeza para no mirar, pero lo hacía de reojo. Quiso que la cambiara de lado. Dijo algo como «no me gusta» y, cuando pasamos al lado, cerró los ojos con fuerza y escondió la cabeza entre las manos.

¿Por qué le dio miedo? Este suceso me dejó pensando varios días. ¿Es el miedo algo innato? ¿Hay cosas (la oscuridad, el silencio, la noche…) que nos dan miedo desde que nacemos… o incluso antes? ¿O el terror va con la cultura, se va aprendiendo mientras vamos creciendo?

Las historias no dan miedo

Entonces me puse a investigar. ¿Cómo conseguir que una persona sienta pánico leyendo una historia? El problema es que mis referentes literarios del género (Lovecraft, Allan Poe, Bram Stoker, Stephen King…) hoy en día no producen mucho escalofrío. Es como ver Nosferatu, aquella peli que tiene casi 100 años. Si la ves en su contexto, puede que percibas la atmósfera, las actuaciones, los claroscuros, pero miedo, lo que es miedo… casi más bien produce risa.

Entonces me di cuenta que la primera vez que de verdad lo pasé mal, fue viendo una peli. Y, cuando la vi años más tarde, entendí que no era precisamente de terror. Bueno, sí. Tenía todo lo que se le pide a una peli del género: un pueblo aislado en la nieve, un castillo maldito, un profesor medio loco, telarañas y velas, vampiros a cascoporro… ¡pero si es una comedia! Claro, cuando estuve tres días sin dormir no tendría aún diez años.

Mi «tesis» sobre las historias de miedo

Así que, igual, lo que da miedo no son las historias. No en sí mismas, sino en lo que las rodea. La ambientación, los giros de guión, los personajes, su carisma… ¿será eso? Llegué a pensar que podría escribir un relato de terror sobre un niño comiéndose una mandarina, si la envolvía en las palabras adecuadas.

Y aquí entra tesis, esa gran película con la que empezó Amenábar. Recuerdo perfectamente cómo, a los pocos minutos de empezar, ya estaba desgarrando el asiento del cine con mis uñas. A mí, la escena inicial ya me parece escalofriante, ¡y eso que no es de terror, sino «solo» un thriller!

Lo que da más miedo está en tu cabeza

Y, entonces, llegó Chicho. Sí, amigos. El gran Chicho Ibáñez Serrador. El mismísimo creador del Un, Dos, Tres. El mismo que creó esa serie de culto que se llamó Historias para no dormir. El mismo que era capaz de presentar una peli de Drácula… ¡jugando al parchís!

Chicho pensaba que, lo que de verdad da miedo, no es lo que se ve, sino lo que se intuye. «El silencio es el prólogo del alarido», dijo una vez. La imaginación, lo que el espectador imagina, lo que el lector tiene en su cerebro, lo que va formando cuando ve una secuencia, escucha una música o lee con palabras. Eso es el terror.

Mis dos historias de terror

Me dejo de historias. No me interesa el gore, ni la sangre, ni los chillidos. Tampoco el moderno terror al estilo Black Mirror o El Cuento de la Criada, que me parece todavía más macabro. Podríamos hablar horas y horas sobre géneros y subgéneros, pero no me interesan.

Cuando me enfrenté a la página en blanco, lo que de verdad quería era construir una cierta atmósfera, al estilo Nicolas Roeg o, de nuevo, Tesis:

Así que el reto era recrear eso, pero con palabras. A fin de cuentas, el reto era crear historias de terror para leer (o, en su caso, para contar). ¿Y cómo se hace? Pues así: usando palabras.

Aquí van. La primera, un microrrelato, un minicuento, que además llegó a finalista en un par de concursos (no gané, y de hecho en uno el ganador quedó desierto, una pena):

Se aparecía en mis sueños

Y la segunda es un relato un poco más largo que me publicaron en su blog los de Maclein y Parker. El tema del mes eran las montañas. Cuando nos lo propusieron, tuve una visión lovecraftiana, pero no quiero decir más. Eso sí, puedes decir entre dos versiones. ¿Hombre o mujer?

No sé si abrir los ojos (versión 1)

No sé si abrir los ojos (versión 2)

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