Harrison Ford, Rutger Hauer y ‘Lágrimas en la lluvia’, el épico final de Blade Runner

En 1981 el hombre hacía tiempo que había pisado la luna, El Imperio Contraataca era un arrollador éxito de taquilla y a La Guerra de las Galaxias (la de verdad, la de Ronald Reegan) le quedaba muy poco para ponerse en marcha. A pesar de ello, el futuro todavía no estaba inventado.

Eso es lo que pensaba Ridley Scott, que un par de años antes había dejado aterrorizado al personal con Alien, el Octavo Pasajero, una película visionaria que no solo consiguió reinventar el viejo género de bichos malos que matan a la gente, sino que creó un universo futurista absolutamente innovador, reconocible y escalofriante. Sin embargo, su ambición no estaba satisfecha, y ahí es donde entró en el juego ¿Sueñan los androides con ovejas mecánicas?, una novela corta de Philip K. Dick, escritor de escaso éxito que, ironías de la vida, moriría justo antes de ver su obra en la gran pantalla (y, a partir de ella, gozaría de reconocimiento y popularidad).


Un tipo normal. Un planeta aburrido. Un trabajo opresivo. 
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El resultado fue uno de ese prodigio cinematográfico que se tituló Blade Runner. Posiblemente, y junto a 2001, la película de ciencia ficción más famosa e influyente de todos los tiempos. La épica batalla entre Rick Decard y los replicantes, la memorable historia de amor entre el atormentado policía y la enigmática Rachel, la música de Vangelis, las increíbles imágenes de un futuro oscuro e impactante… y, sobre todo, el legendario monólogo final de Rutger Hauer y sus ‘Lágrimas en la lluvia’, la han convertido no solo en un referente, sino también en uno de esas pelis raramente emocionantes que merece la pena ver de vez en cuando. Sin embargo, mientras Reegan hacía trizas su país y en la mente de George Lucas se fraguaba la tercera (¿y última?) parte de Star Wars, nada de aquello parecía que iba a ocurrir.

Un momento en el 'set' de rodaje de Blade Runner
Un momento en el ‘set’ de rodaje de Blade Runner

Y, entonces, se desató el caos

De hecho, en aquella primavera de 1981 todo hacía presagiar el desastre. El rodaje de la película estaba siendo un caos. El equipo técnico de los estudios de la Warner en California se llevaba a patadas con el director: al parecer, el director no estaba muy contento con la el trabajo de los norteamericanos, mientras que estos no entendían su británica forma de dar órdenes detrás de las cámaras. Por si fuera poco, uno de los productores se retiró de repente, mientras que el presupuesto inicialmente previsto no paraba de crecer. Aquello parecía que iba a terminar como las lágrimas en la lluvia de la peli. Sin embargo, por si fuera poco había otro problemael problema no venía de ahí, sino de su estrella.

Y es que Harrison Ford, la estrella, el icónico actor que acababa de interpretar a Indiana Jones y Han Solo, no entendía nada. No le gustaba el guión, no le parecía bien la forma de abordar el personaje, no se llevaba bien con sus compañeros de reparto (especialmente con Sean Young, la mismísima Rachel, y con Rutger Hauer, su némesis). Pero, por encima de todo, detestaba (como tantos otros en aquel desconcierto) a Ridley Scott.

Harrison Ford y Ridley Scott
Harrison Ford y Ridley Scott, durante el rodaje de Blade Runner

Harrison Ford y Ridley Scott, un actor y un director difíciles

En aquellos días, Ridley Scott tenía la bien ganada fama de perfeccionista, lo cual no era la mejor de las noticias para quienes tenía por delante. Claro que no se crean obras maestras sin repetir de vez en cuando una toma cien o más veces (si no, que se lo digan a Kubrick). Además, era famosa su forma de tratar a los actores, no precisamente respetuosa. Las jornadas maratonianas, nocturnas y de más de 15 horas, unidas a las declaraciones durante la filmación en las que declaraba que prefería trabajar con un equipo británico, hicieron que el sindicato se levantara en armas y estuviera a punto de echar todo a pique. A Scott le despidieron durante el rodaje, y lo volvieron a contratar dejándole las cosas claras y obligándole a aceptar ciertas condiciones que, en parte, le cortaron las alas.

Sin embargo, lo que más sorprendían eran las continuas peleas con Harrison Ford, prácticamente en cada escena, ante los ojos atónitos del resto del equipo. El bueno de Ford era ya toda una estrella, siendo la cara bonita de éxitos como Star Wars e India Jones, y cuando firmó el contrato pensaba que se estaba metiendo en un Blockbuster al estilo de las anteriormente mencionadas. En su contrato exigió eliminar la voz en off, lo cual necesitó dos semanas de retoques en el guión, y durante el rodaje intentó continuamente dotar a su personaje de una apariencia menos sombría y oscura. Sin embargo, lo que tenía el director en la cabeza era justo lo contrario. Deckard es frío y apenas (o nunca) sonríe. A Ford aquello le parecía más uno de esos productos de la ciencia ficción soviética, más cercana a la metafísica que una película en condiciones, y no iba a dejar que su estrellato se arruinara.

Ridley Scott y Harrison Ford, en un momento del rodaje

Y el secundón Rutger Hauer obra el milagro

Rutger Hauer nunca fue un actor cualquiera. Temperamental, impulsivo, abandonó los estudios en el instituto en su Holanda natal para intentar dedicarse, como su abuelo, a la marina mercante, pero tuvo que desechar la idea por culpa de su daltonismo (herencia familiar, por parte de bisabuelo). Terminó trabajando como obrero de la construcción y ejerciendo de poeta bohemio en sus ratos libres por los cafés de Ámsterdam.

Su papel en Blader Runner, sin dejar de ser importante, no pasaba de actor de reparto. Sin embargo, a pesar de ser solo el supuesto malo que tiene que escapar continuamente de los polis supuestamente buenos, resultó que se llevaba de maravillas con el director, Ridley Scott. Y, por consiguiente, no podía ver a Ford.

Rutger Hauer ante su mítica escena 'lágrimas en la lluvia'
Harrison Ford y Rutger Hauer

La noche antes del rodaje la última escena, aquel monólogo con el que terminaba la peli no le convencía del todo. Demasiado largo, demasiado intrascendente, sin fuerza y sin punch para terminar una historia tan épica. La eterna lucha entre la vida y la muerte debía acabarse de una forma más potente. Así que, sencillamente, propuso al director acortarlo un poco, eliminar algunas frases y, básicamente, añadir una.

¿Te imaginas cuál fue?

Si prefieres oírlo en español, tienes la versión doblada con la voz portentosa de Costantino Romero.

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