Hay planetas extraños, o más podría decirse que hay planetas que la casualidad los hace más extraños que otros. En aquel en concreto, el día y la noche duran casi exactamente la mitad de un día y una noche en la vieja Tierra. Sus habitantes tienen que lidiar con jornadas laborales en los que ven amanecer y anochecer dos veces al día.
En realidad, la población de ese sitio se divide en dos mitades. Los privilegiados pueden disfrutar de dos atardeceres, dos noches interminables de fiestas y dos amaneceres con cantos en la hoguera y baños rituales en la playa. Para el resto, el cansancio que supone ver el sol ponerse a mitad del día, la oscuridad durante la comida o la vuelta a casa a plena luz antes de irse a la cama puede ser extenuante.
Sin embargo, hay una tercera categoría de personas que, en realidad, está compuesta por una sola. La mujer que habita en la planta 512 pertenece a la categoría de los privilegiados. Sin embargo, sus circunstancias le impiden disfrutar de esos privilegios. Y, desde que el protagonista de Las Ratas de Böölunjgen llegó al planeta, existe una cuarta categoría, formada solo por él mismo.
En este caso se trata de un trabajador, un profesional de una profesión incierta, cuyo objetivo es absolutamente inalcanzable. Su víctima, la única habitante de la categoría 3, sabe que la quieren matar. Por eso no puede disfrutar de los privilegios que su posición social le debería otorgar. Vive encerrada en su edificio, con un equipo de seguridad que la aleja, física y materialmente, del resto del universo humano.
Para el asesino, se trata del reto más grande de toda su carrera. Porque, ¿cómo puede acabar con la vida de una persona que resulta completamente inalcanzable?
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